miércoles, 30 de marzo de 2016

EL CISTER

 
   La reforma cisterciense fue un movimiento monástico que se inicia a finales del siglo XI en Citeaux (Dijon) por Roberto de Molesme, como reacción al formidable apogeo y prosperidad material que había alcanzado la orden de Cluny. Los monjes negros habían puesto todo su énfasis en los oficios religiosos, que ocupaban prácticamente toda la jornada, evitando el manual. Hay que tener en cuenta que la mayoría procedían de la aristocracia y aunque religiosos, se portaban como privilegiados más que como monjes. La Orden de Cluny llegó a crecer desmesuradamente gracias a donaciones y al acceso sin restricciones de neófitos, ya que interesaba tener el mayor número posible de oficiantes para abastecer todo el organigrama montado. Así fue como se produjo la ociosidad y una progresiva relajación de la Regla Benedictina.
   Las reacciones a este abandono no tardaron en producirse  una corriente de ascetismo espiritual invadió Europa. El tercer abad de Citeaux, Esteban Harding, redactó en 1120 la “Charta Charitatis ”, regla por la que se regirá la comunidad y que defiende el rechazo a la riqueza y el lujo, la simplicidad de los ritos litúrgicos, la exaltación del trabajo manual en los campos y la negativa a aceptar rentas o trabajo directo de los campesinos en las propiedades monásticas. Citeaux estaba enclavado en un lugar recóndito alejado de los hombres. El sitio ideal para que los monjes se entregaran a la soledad, el silencio y el trabajo (Ora et labora)
   El crecimiento fue espectacular y los primitivos ideales hubieron de acomodarse a esta expansión acelerada. En ello fue clave la labor de Bernardo de Claraval, fundador del monasterio de Claraval en 1115 y más adelante, de La Ferté, Pontigny y Morimond, que junto a las dos anteriores fueron las cinco abadías cabeza de la congregación
   La peculiar situación bélica de la Península Ibérica hizo que las fundaciones cistercienses respondieran a necesidades concretas. Se entendieron en primer lugar como elementos de cristianización, pero también como enclaves de ayuda en la repoblación de las tierras conquistadas, como es el caso del monasterio de Poblet, fundado en el siglo XII.
 
                         
                               Santa María de Moreruela (Zamora). Siglo XII
 
ARQUITECTURA
El claustro es el centro de la vida monástica y el eje en torno al cual se estructura la abadía. De planta cuadrada, a él se abren las dependencias más destacadas. Se cubre originalmente con bóveda de cañón apuntada, para luego dar paso a la de ojivas o a la crucería. Los arcos de medio punto o apuntados, siempre están sostenidos por fuertes columnas de capitel vegetal de motivos simples (los cistercienses repudiaban la profusa decoración escultórica)

                               Santa María de Valbuena (Valladolid). Siglo XII

 En el centro del patio se situaba una fuente o un pozo, que materializaba el simbolismo del agua.
                                Real Monasterio de Santa María de Poblet (Tarragona). Siglo XII

  La iglesia era el espacio preeminente por ser la casa de Dios. Como el resto de las dependencias no es un edificio público, sino solo para uso de la comunidad, con acceso diferenciado para monjes y conversos. El lugar está concebido para ser un lugar recogido y aislado, sin apenas decoración escultórica. La iluminación cisterciense es la negación absoluta del artificio.
                                            Monasterio de Rueda (Aragón). Siglo XII

 El refectorio o comedor de los monjes también se abría al claustro en su lado sur. Era una estancia rectangular, cubierta con bóveda y con púlpito elevado para favorecer la lectura. Estaba flanqueado por la cocina y el calefactorio.

                               Púlpito y refectorio de Sta. María de la Huerta (Soria). Siglo XII

 
                                   

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