domingo, 29 de mayo de 2016

INÉS DE CASTRO, reina después de muerta


   La historia de amor de Inés de Castro con el infante Pedro entremezcla veracidad y leyenda, ofreciéndonos todos los ingredientes de una gran novela romántica con trágico desenlace.
   No hay consenso sobre el lugar y fecha de nacimiento de Inés, pero sí se sabe que era gallega y que vino al mundo en el primer cuarto del siglo XIV. Era hija bastarda de un nieto del rey Sancho IV y recibió una exquisita educación en el palacio del duque de Peñafiel y marqués de Villena, donde pasó su infancia. Precisamente fue la hija del duque, Constanza, la que eligió a la joven como dama de compañía cuando hubo de partir hacia Portugal para contraer nupcias con el infante Pedro, hijo de Alfonso IV el Bravo…y aquí comienza el jaleo. Pedro e Inés se enamoran y se convierten en amantes, con el consiguiente enfado del rey, que como remedio para atajar la relación adulterina, decide enviar a Inés al exilio. Constanza no tarda un año en morir y al infante le faltó tiempo para hacer retornar a su amada a Portugal. Tuvieron cuatro hijos e incluso llegaron a casarse en secreto en 1354. Alfonso VI vio peligrar el trono que había de heredar Fernando (hijo de Constanza y Pedro) ante la existencia de la prole de Inés y tomó otra de sus decisiones salomónicas: mandó asesinar a la gallega sin miramientos. Roto de dolor, Pedro tuvo duros enfrentamientos con su padre. Cuando este fallece y el infante se corona como rey, los restos mortales de Inés reciben los honores de una reina y son trasladados al Monasterio de Alcobaça, panteón de los monarcas portugueses. Cuenta la leyenda que antes, el monarca hizo colocar el cuerpo de la difunta en un trono y una vez coronada su cabeza, obligó a los nobles a besar su mano.
   Los sepulcros marmóreos de ambos son una joya del gótico flamígero. Se encuentran uno frente al otro con la inscripción “hasta el final de los tiempos”, para que el día de la Resurrección, la primera visión que tengan sea el rostro de su amado. En el cenotafio de Inés se representa el Juicio Final y su figura aparece rodeada de ángeles que han de llevar al cielo el alma de la difunta.



KARL BRIULLOV (1799-1852), pintor ruso, plasmó el homicidio en “ASESINATO DE INÉS DE CASTRO": tres sicarios la apuñalan en presencia de sus hijos y de Alfonso IV. El paso del neoclasicismo al romanticismo se deja ver en la obra de este artista de origen italiano. La truculenta temática de esta pintura es una muestra de esa transición.



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