lunes, 19 de septiembre de 2016

MIGUEL ÁNGEL (1475-1564). LA PIEDAD DEL VATICANO (1498-1499.San Pedro del Vaticano. Roma) y LA PIEDAD RONDANINI (h 1564.Castello Sforzesco. Milán). Renacimiento

  Miguel Ángel, como Leonardo, no se conformó con estudiar las esculturas griegas del pasado que tanto admiraba, sino que trató de penetrar en sus secretos de primera mano. Investigó por sí mismo la anatomía humana, diseccionó cuerpos, y dibujó, tomando modelos, hasta que la figura humana pareció no ofrecerle misterio alguno. Siempre trató de concebir figuras como si se hallaran ya en el bloque de mármol sobre el que trabajaba: estaban dentro, “solo” debía de sacarlas de las entrañas de la piedra.
   El tema de La Piedad lo abordó varias veces: desde la esperanza que anima a la del Vaticano hasta la consumida desesperación de la Rondanini. Entre ambas se puede observar que su religiosidad había ido experimentando cambios. Esta última, inconclusa, es mucho más dramática que la de Roma, ya que refleja de manera más descarnada la terrible soledad de Madre e Hijo, indisolublemente unidos.

   LA PIEDAD DEL VATICANO está realizada con toda la serenidad renacentista. Un modelado y acabado perfectos y un pulimento clásico dan como resultado una obra sosegada y llena de ternura. Los contrastes están tan medidos que no le restan un ápice de equilibrio, al contrario, lo acentúan: el brazo derecho de Jesús cae inerte contraponiéndose al izquierdo de María, que está lleno de vida y conmiseración; Los pliegues del ropaje de la Virgen forman contrastes claroscuros, mientras que el cuerpo de Cristo aparece en forma de superficies lisas y claras.
   Consigue una armonía perfecta entre las escalas de un varón adulto descansando sobre un cuerpo femenino más pequeño, gracias a la composición triangular y el equilibrio entre las dos figuras mediante balanceos contrapuestos.


   LA PIEDAD RONDANINI fue su última obra. Sus Piedades tardías fueron auténticos laboratorios de experimentación formal, donde el artista trató de encontrar vías para la visualización de sus creencias religiosas. Las deformaciones del canon y las manipulaciones compositivas responden al interés por transmitir el concepto de aceptación del destino y sufrimiento por parte de Cristo y de su Madre.

   Con Miguel Ángel, el equilibrio entre forma bella y movimiento expresivo, propio del Quattrocento, alcanza en la escultura su máxima expresión histórica; pero Buonarroti romperá este equilibrio a favor del movimiento, lo que será una constante en el posterior Barroco. Aparece así Miguel Ángel como fin de una época y comienzo de otra.

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