domingo, 3 de julio de 2016

MUSEO DEL AZULEJO DE LISBOA

 Hablar de azulejo y pensar en Portugal es un acto casi automático. Nuestro país vecino llevo a las cotas más altas la decoración con este elemento. Un azulejo es una pieza de arcilla con una cara vidriada de colores. Azulejo proviene del término árabe az-zulay (ladrillito) y esta palabra de zallaja (dejar liso o escurridizo). Los árabes inventaron esta técnica y la pasaron a Holanda y España en la Edad Media.
   Su uso decorativo llega a Portugal en el siglo XVI de la mano del rey Manuel I. En un viaje al sur de España, el monarca luso quedó maravillado con el efecto que aquellas piedras pulidas hacían en palacios y casas nobles, y muy especialmente en la magnífica Alhambra. Era entonces Sevilla el mayor centro de producción de este arte de origen musulmán. Sin embargo, no sería hasta el siglo XVII cuando el azulejo comienza a cubrir masivamente los edificios portugueses. A partir de aquí, se convierte en seña de identidad de Portugal.
         Azulejos hispano-moriscos


                                Azulejo. Siglo XX

   Como no es para menos, este pequeño y a la vez gran símbolo patrio, merecía un museo para que el visitante extranjero se empapara de toda su historia y estética (¡Lástima que a veces pase desapercibido al turista, como me sucedió a mí!). Se ubica en el antiguo Convento da Madre de Deus, fundado en 1509 por la reina Leonor, esposa de Juan II y hermana del que reinaría como Manuel I. Extinguida la orden de las hermanas de Santa Clara a mediados del siglo XIX, pasa a tutela pública y se desacraliza en 1872. En 1965 se comienza a usar como Museo del Azulejo y pasa a la categoría de Museo Nacional en 1980.
   El edificio presenta el típico estilo manuelino de la época (variación lusa del gótico final), pero los añadidos efectuados, sobre todo cuando fluía el oro de Brasil en el XVIII, lo convierten también en una muestra esplendorosa de Barroco portugués.

Destacable por su suntuosidad es el templo del antiguo convento, la Iglesia de Madre de Deus, mandada construir a mediados del siglo XVI por Juan III. Su arquitectura austera fue transformándose entre los siglos XVII y XVIII en un formidable espacio barroco, donde  se combinan azulejos, pintura y talla dorada.







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