jueves, 21 de julio de 2016

LA FRAGUA DE VULCANO (1630) - VELÁZQUEZ

Sin duda, Diego da Silva Velázquez (1599-1660) se ha ganado ostentar el título de mejor artista español de todos los tiempos. Nació y se formó en Sevilla, pero su madurez como pintor se encuadra en Madrid, en concreto, en la Corte madrileña. Este hecho es fundamental para su obra, ya que podía acceder a las magníficas colecciones reales y aprender de los grandes maestros. Pero no fue esta circunstancia la única que influyó en la formación del genio, ya que, aconsejado por Rubens, viajó a Italia para completar su aprendizaje. Es en el primer viaje a la península itálica, concretamente a Roma, cuando crea “La fragua de Vulcano” (Museo del Prado). La obra es totalmente idea de Velázquez, que no se vió apremiado por los requisitos que solían exigirse en un encargo.
Desarrolla un tema mitológico: el dios Apolo entra en la fragua de Vulcano para avisarle del adulterio de su esposa Venus, diosa de la belleza, con Marte, dios de la guerra. Las extraordinarias dotes de observación y la capacidad de captar la idiosincrasia del pueblo español, quedan patentes en la distinta forma de tratar a los personajes: Apolo, coronado de laurel y vestido con una túnica anaranjada, aparece estilizado, en una postura elegante y amanerada, muy al estilo italiano. Contrariamente, Vulcano y sus obreros son presentados como el típico hispano: rudos, correosos, los ojos brillantes y expresivos. Los distintos rostros reflejan las diferentes maneras de asumir la noticia: indiferencia, picardía, estupefacción. Son hombres que viven la realidad de la vida y del duro trabajo diario, tal como reflejan esas fuertes piernas bien asentadas en la tierra. Precisamente, esta actitud denota lo ajenos que eran esos dioses mitológicos y extranjeros a un país donde esos temas tenían poca cabida en el arte. Por tanto, el contraste entre Apolo y Vulcano con sus ayudantes “desmitifica el mito”.
  Es evidente la influencia del arte italiano, especialmente de la estatuaria grecorromana, en el tratamiento de los cuerpos, que están situados en diferentes posiciones para demostrar el dominio de las figuras. Abandonado el tenebrismo de los primeros tiempos (que nunca fue exagerado) utiliza la luz para modelar la estructura de los huesos y los músculos bajo la piel, haciendo uso de un portentoso dominio del color.
  Para esta obra se basó Velazquez en un pasaje de “La Metamorfosis” de Ovidio y quizás se trate, en el fondo, de enfatizar el poder que tiene la palabra sobre los hombres.
  Después de esta primera etapa viajera, Velázquez vuelve a Madrid, donde seguirá evolucionando para, después de un segundo viaje a Italia y un nuevo retorno a España, crear sus obras más sublimes.


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